Precios más altos, inflación y menos competencia: los aranceles de Trump llegan al bolsillo de los ciudadanos

Donald Trump sostiene una orden ejecutiva sobre aranceles a los automóviles tras firmarla en la Oficina Oval de la Casa Blanca en Washington.

De las magnitudes macroeconómicas hasta las estanterías de los supermercados o las tiendas hay un recorrido mucho más breve de lo que parece. Entre los aranceles del presidente norteamericano Donald Trump —que este miércoles estrenan un nuevo capítulo con la puesta en marcha de tasas a la industria del automóvil o la imposición de aranceles recíprocos— hasta las consecuencias que esto puede tener en el bolsillo de los ciudadanos, median las empresas y un mercado que vive pegado a la palabra incertidumbre. “Un consumidor nunca se va a ver beneficiado por un arancel”, resume Josep Ragull, profesor de economía de OBS Business School. Si bien para los compradores estadounidenses es evidente que muchos productos importados se encarecerán a doble dígito, los compradores europeos también pueden notar el impacto en el medio plazo porque estos gravámenes son un arma con muchos filos. 

Las tasas arancelarias son impuestos que gravan las importaciones de productos a un país y están pensados para priorizar la producción nacional frente a competidores extranjeros. “El objetivo de un arancel no es que el consumidor encuentre productos más baratos, es proteger el mercado interior y la industria local, y eso no se hace en favor del consumidor. Al final son los compradores quienes tienen que financiar esa protección al mercado”, explica el economista. Y ese enfoque comercial Trump lo maneja sin complejos: “Prepárense para comenzar a producir una gran cantidad de productos agrícolas para vender dentro de los Estados Unidos. Los aranceles se aplicarán a los productos externos el 2 de abril. ¡Diviértanse!”, les escribía el presidente en la red social X a los empresarios del sector primario.

El foco está puesto en las compañías, sin embargo, desde agencias de calificación de riesgo tan significativas como Moody´s alertan de que el consumo empieza a sufrir en EE UU y hablan de “una caída en la confianza de los consumidores” y de una reducción en su capacidad de gasto. “El consumo de EE UU se sostiene sobre dos pilares. Por un lado, las rentas del trabajo, que cada vez es más necesario acumular y cuya continuidad, plantea dudas en un contexto de deterioro del mercado laboral. Por otro lado, se sostiene sobre el efecto de la riqueza, alimentado estos últimos años por los fuertes avances de las bolsas, pero este segundo pilar también se ha agrietado”, explica Enguerrand Artaz, economista y experto en estrategia de la gestora de fondos La Financière de l’Échiquier (LFDE). El experto apunta que los consumidores europeos están ahora “mejor posicionados” para hacer frente al choque de la crisis comercial, aunque para nada están a salvo. Pero tanto unos como otros se exponen a una cesta de la compra mucho más cara, a un repunte en la inflación y a mercados más cerrados que se concentren sobre menos empresas y reduzcan la competencia.

Los ciudadanos son el último eslabón de la cadena en la batalla arancelaria y no son los norteamericanos los únicos que están expuestos. En Europa, además del coste evidente para las empresas exportadoras, la crisis comercial puede golpear a medio plazo a productos de consumo habituales. Un ejemplo fácil de entender puede ser el vino. “Si EE UU pone una limitación a la importación del vino que entra de Europa, lo que ocurrirá es que a corto plazo tendremos aquí un superávit en la producción y eso lo que haría sería bajar de manera inmediata los precios”, explica Ragull. Pero a medio y largo plazo las cosas cambian. “Si el arancel se mantiene, los fabricantes reducirán su volumen producción y los costes se repartirán entre una menor cantidad de producto. Por lo tanto, se produciría un efecto rebote en los precios”, concluye. 

La posibilidad de que Europa responda con aranceles tampoco permite descartar un posible repunte de la inflación. “Eso tendría un impacto directo porque al final se limita el libre comercio y se gravan los productos que vienen de allí”, explica Ragull. “Lo que se está dando son guerras comerciales y esto siempre acaba redundando en precios altos”, concluye. Otro factor importante es que los aranceles limitan la competencia y tienen un efecto negativo sobre los precios, ya que con menos empresas y con la protección estatal que brindan estas tasas, hay menos presión para abaratar los productos.

De nuevo, es al consumidor al que le toca reelaborar sus cuentas y a los organismos oficiales decidirse por un tipo de política monetaria u otra: “EE UU compra el 10% de las exportaciones de la Unión Europea y el BCE cree que los aranceles del 25% reducirán el PIB europeo en un 0,5%. Para el Banco Central, la gran pregunta es si subirán los tipos de interés por miedo a la inflación, o los bajarán para apoyar la economía y animar el consumo”, apunta David Echeverry, profesor de economía de la Universidad de Navarra.

A nivel nacional, España compra a Estados Unidos más de lo que le vende, pero en lo tocante a las exportaciones, es el sexto país de destino (representa el 4,9% del total de las ventas al exterior). Las exportaciones superaron en 2024 los 18.100 millones y las importaciones pasaron de los 28.100 millones, lo que deja un déficit comercial de 10.000 millones. Sectores como el vino, el aceite, el acero y aluminio o los componentes de coches son, en principio, los más expuestos, pero habrá que esperar a los detalles para ponderar las consecuencias concretas. “A corto plazo es posible que no veamos nada porque los aranceles se llevan anunciando semanas y las empresas se han preparado, algunas incluso han adquirido reservas para lo que queda de año”, concluye el profesor de OBS. A largo plazo, en cambio, todo está por ver.

“El día de la liberación”

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Estados Unidos no solo es la primera economía del mundo sino que además es el primer importador de bienes a nivel global. Desde que Donald Trump llegó a la presidencia, su política comercial con otros países se ha ido transformando también en una herramienta política. Tanto es así, que el presidente se ha referido a este 2 de abril como “el día de la liberación”, en referencia a la ruptura de los acuerdos de comercio que mantenía con muchos países hasta ahora.

Por el momento, EE UU está aplicando tarifas del 25% a las importaciones de aluminio y acero, ha impuesto aranceles adicionales del 20% a las importaciones chinas y ha gravado con un 25% parte de las materias que le llegan desde Canadá y México. Además, amenaza con ampliar los gravámenes para sus vecinos del norte y el sur este mismo miércoles. Entre las medidas que llegan hoy está también un arancel del 25% a la importación de vehículos ligeros y componentes, además de las anunciadas restricciones para quienes compren petróleo a Venezuela. Finalmente, se plantea también un paquete de aranceles para todos los países que pongan tasas a productos estadounidenses, así como la imposición de gravámenes a subsectores como el farmacéutico, la madera o los microprocesadores.

Esta ofensiva total, primero sorprendió al mundo, después parecía improbable y tras su errática puesta en marcha mantiene los mercados en una incertidumbre completa. Las principales bolsas americanas han arrancado mal el año: Nasdaq (que reúne las principales tecnológicas del país) ha perdido un 10% desde enero y S&P 500 (que agrupa las 500 empresas más importantes de EE UU) ha perdido un 4,3%. En Europa, por su parte, también sufren el efecto, pero a la espera de lo que pueda pasar a partir de este miércoles, la Comisión Europea mantiene la cautela y no ha aprobado aún contramedidas concretas.

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